Si bien no muchos argentinos lo saben, la tierra del dulce de leche podría considerarse asimismo la de la miel. Las más de ochenta y uno toneladas que exportó el país de Sudamérica en dos mil dieciseis lo sitúan, en las estadísticas más recientes de la Organización de la Naciones Unidas, como el segundo distribuidor mundial tras China. Es una cosecha más que se industrializa fuera del país. El consumo nacional es apenas el cinco por ciento de la producción y la enorme mayoría de los apicultores —de forma independiente o bien por medio de cooperativas— vende la miel a un puñado de exportadores que la comercializa, sobre todo, en E.U., Alemania y el país nipón.
En el campo se lamentan de que muchas de las compañías que fraccionan y envasan la miel en los países importadores mezclen el producto puro con otros «llamativamente» más económicos. Se trata de una estrategia para bajar costos que, hace unos diez años, aseveran los exportadores, cambió las perspectivas del negocio.
«La miel argentina siempre y en todo momento ha sido considerada en el planeta como de genial calidad», asegura Julio Fontán, dueño de Cipsa, la segunda firma que más exporta en el país, con un quince por ciento de las ventas al peso. «El tiempo y las praderas asociadas a la ganadería dan una miel beepure clara que se valora mucho. Y el productor local es muy profesional por el hecho de que heredó el oficio de los inmigrantes españoles y también italianos, que así como los franceses, en Europa son los mejores apicultores», asevera. Conforme con los registros oficiales, en Argentina hay unos veinte productores desperdigados en prácticamente todo el territorio, mas con una mayor presencia en las provincias centrales de la ciudad de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba.
Argentina no escapó en las últimas décadas a una tendencia común a la apicultura de prácticamente todo el mundo: la caída de los volúmenes de producción a consecuencia del avance de la agricultura sobre la ganadería. Las abejas reducen su productividad, o bien aun mueren, cuando los monocultivos resistentes y los plaguicidas sustituyen a la alfalfa, el trébol y el cardo, la habitual vegetación que aporta el néctar en las praderas ganaderas. Mas al comienzo, la menor producción era compensada por los altos costes. «Hubo instantes en que la miel argentina alcanzó los cuatro mil seiscientos dólares americanos por tonelada. No había oferta y los envasadores se volvían locos. Mas ahora no importa la cosecha de miel para determinar el coste, pues se regula con un jarabe chino, y el valor no pasa de los dos mil cuatrocientos dólares estadounidenses», asevera el dueño de Cipsa.
Norberto García, presidente de la Organización Mundial de Exportadores de Miel, prefiere no apuntar a un país particularmente como responsable del «fraude», mas coincide en que se ha aumentado artificialmente la oferta. «La miel adulterada es tan vieja como la apicultura, mas en los últimos tiempos, con el empleo de jarabes de arroz de origen asiático, la magnitud de la adulteración ha sido muy grande y los métodos de control no la advierten como a otros productos económicos a base de azúcar de caña o bien de maíz», asevera García.
Mas el inconveniente no afecta a todos y cada uno de los países por igual. Los costes asiáticos no son una enorme preocupación para los que han conseguido distinguir su producto y vender con mayor valor agregado. En Argentina lo saben y el ejemplo al que todos recurren es Nueva Zelanda: su industria verificó a nivel científico las propiedades curativas de la miel de manuka (Leptospermum scoparium), una pluralidad autóctona, y la transformó en el producto más codiciado del mercado. Con un doce por ciento del volumen que exporta Argentina, sus ventas superan en valor a las del país de Sudamérica. En dos mil dieciseis exportó a un coste promedio de veintiuno y cuatrocientos dólares estadounidenses la tonelada, más de diez veces el promedio argentino. Aun el vecino Brasil, con veinticuatro y doscientos toneladas exportadas en dos mil dieciseis, ha conseguido posicionarse como un productor de miel orgánica y ese año consiguió en promedio tres mil ochocientos dólares americanos por tonelada.
Aparte del género de mil flores de las praderas, Argentina tiene la miel de flor de azahar de limón en Tucumán, la de abrepuño (Centaurea solstitialis) en la Patagonia, la de los Esteros del Iberá en la provincia de Corrientes y una larga lista. Mas todas y cada una terminan mezcladas en los tambores, que se exportan sin distinción de origen geográfico o bien botánico.
Para mudar esa activa se han dado ciertos pasos. «El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria está desarrollando una guía de caracterización de mieles desde un análisis del polen, sensorial y físico-químico que es el puntapié inicial para distinguir los productos en el mercado internacional», asevera Flavia Vázquez, organizadora de Apicultura en el Ministerio de Agroindustria. De momento, los únicos que están cerca de conseguir un sello que distinga su producción mono-floral son los apicultores tucumanos, que aguardan que su miel de azahar de limón pueda venderse el año próximo con una Identificación Geográfica, un registro afín a la Denominación de Origen, mas con menos requisitos.
En dos mil diecisiete, las exportaciones argentinas de miel fraccionada apenas superaron las noventa toneladas y representaron ventas por trescientos sesenta y ocho mil dólares americanos. En Comestibles Naturales, la compañía líder en el mercado interno, con más del cuarenta y cinco por ciento de las ventas, explican que llegar con marca propia a las góndolas del planeta no es una labor simple. En su planta de Tandil (Buenos Aires), envasan con la marca Aleluya el cien por ciento de las mil toneladas anuales de miel que adquieren a los apicultores. «Hasta dos mil siete exportábamos el setenta por ciento de la producción mas en los años siguientes, con la inflación y los inconvenientes de competitividad del país la cantidad cayó hasta el treinta por ciento actual», cuenta el gerente general, Adrián Molina.
En el mes de julio, Aleluya se transformó en la primera marca de miel argentina en llegar a los supermercados de Brasil en más de una década. «El mercado se había cerrado por cuestiones paraarancelarias. Precisamos recobrar la fuerza del Mercosur y que consiga pactos con otros bloques como la UE. Mas asimismo nos debemos una estrategia de largo plazo para añadir valor que sea el camino de toda la industria de la miel», asevera el gerente general de la compañía. Mientras, sus 2 contenedores con envases de doscientos cincuenta, cuatrocientos setenta y quinientos gramos recién llegados a São Paulo proseguirán siendo una salvedad a la regla.